Esta semana me llamo Cleopatra by Luisa María Linares

Esta semana me llamo Cleopatra by Luisa María Linares

autor:Luisa María Linares [Linares, Luisa María]
La lengua: spa
Format: epub
editor: La Cuadra Éditions
publicado: 2021-11-14T23:00:00+00:00


Reí.

—A pesar de mis proyectos sobre coliflores y patatas, prefiero el mar al campo —confesé—. De niña fabriqué una balsa con los restos de una piragua, icé bandera negra y me dediqué a la piratería, arrastrando a la aventura a mi primito de seis años. Naufragamos en seguida, mi primo se constipó y mi tía no le volvió a dejar salir conmigo…

—Ya era peligrosa para los hombres en aquella época, ¿no…?

Me molestó en el momento en que empezábamos a ser casi amigos.

—Al menos ya ve que no soy peligrosa para usted… —refunfuñé.

Se sacudió la arena con parsimonia, levantándose.

—Siempre personalizando… —murmuró.

Como no me levantaba me dijo:

—¿No viene? Tengo que marcharme.

—Está bien. Adiós.

¡Qué agradable me resultó la sonrisa torcida! Me tendió la mano. Creí que era para saludarme y se la di. Tiró de ella y me hizo poner de pie.

—No tome tanto sol, le puede hacer daño. Acompáñeme hasta el coche. No sea rabiosilla… Echamos a andar a través del fragante pinar. Aún olía mejor que antes. Cogí otra piña y él me imitó. Le gustaba hacer lo mismo que a mí: ir quitándole trozos y oliéndolos. El primer contacto de su mano había encendido en mi interior unas lucecitas.

—Siento que se marche tan pronto… Los días se me van a hacer largos estando tan sola.

—Le he traído unos libros… Huxley… Me dijo que lo leía.

—¿Yo… ¿Cuándo…?

—Cuando citó aquello de que «las personas famosas tienen la obligación de ser interesantes»… Me halagó que recordara mi frase. Es decir, la frase de Huxley.

—Se lo agradezco mucho —dije—. Pero… ¿por qué no viene mañana temprano y organizamos una partida de pesca?

Se detuvo.

—¿Pesca?

—Creí entender que esa era una de sus aficiones.

—Lo es.

—También a mí me gusta… Prepararé el almuerzo…

—Pero el ensayo… —se defendió, seducido a medias por la idea. En su imaginación veía espléndidas y relucientes truchas.

—¿Por qué no ensayan después de la función de noche?

Allí estaba yo, el último mono de la Compañía, disponiendo sobre lo que podían hacer o no hacer.

Vencieron las truchas.

—Está bien —aceptó—. No resisto a la tentación, pero recuerde que vendré muy pronto. Vi alejarse el coche y regresé a la guarida, donde Juanilla, locuaz y dicharachera, me explicó que su padre había estado a llevar el pan, acordando que por la noche enviaría al hermano de Juanilla para que durmiese en la guarida y nos acompañara.

—Pero bueno… ¿dónde va a dormir tu hermano?

—No ze preocupe, zeñita. En cuarquié lao. En roscao en er zuelo…

Me lo imaginé como un enorme perro de lanas ladrando cada vez que oyese ruido. Los paquetes llevados por Oliver resultaron ser libros y dulces. Unas yemas cristalizadas que hacían rudo contraste con Huxley. Pasé la tarde leyendo y metiendo la mano en la caja de yemas. Una vida «terrible».

A las nueve de la noche surgió la nota cómica con la llegada del hermano de la criadita, el supuesto perro guardián que acudía a defenderme de todos los peligros.

Mediría un metro treinta y tenía un año más que la chica. Con sus pantalones cortos, su cara descarada y sus ojos maliciosos era un digno descendiente del «Cañamón».



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